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Su aspecto de empresario exitoso, la oficina en zona norte y los empleados refinados de su consultora internacional le prometen confort y estabilidad. Sentado en el sillón chester de cuero marrón, se pone a boludear con el teléfono. En ese instante llega un mensaje de whatsapp que lo obliga a retroceder veinte años.
Es abril en Villa Crespo. Las lluvias de las últimas semanas, la llegada masiva de mosquitos y las temperaturas elevadas hacen del barrio un estanque espantoso. Él y Martín tienen la tarea de cuidar al Cabezón. Todo el barrio los conoce. Son los pibes que paran en la esquina. Son los hijos de Rosita, de Tere y doña Luisa.
Suena Viejas Locas, el Potro, la Nueva Luna.Se cagan a trompadas, se drogan y debutan.
La vida en los barrios está difícil. Los viejos hacen magia con la guita. La policía esta densa y se carga a varios pendejos.
El Cabezón entra en crisis, se clava tres líneas de merca y se para frente a las vías del tren San Martín.
Es la década de mayor deterioro social y la desgracia se mezcla con la fortuna de la amistad.
El pasado llama. El Wacho tiene que volver al barrio y resolver lo que quedó pendiente.
“Con la novela como excusa, el autor reflexiona sobre cuestiones presentes actualmente, como el corrimiento del Estado o su presencia únicamente en forma de represión y persecución a los jóvenes, la desprotección y abandono que padece la juventud y el deterioro del entramado social que debería contenerlos”
Por Manuel López Mateo, en portal Marcha.
Agotado